Quiéreme, aunque sea de verdad, quiéreme, y permíteme el exceso, quiéreme, si es posible, sin piedad, quiéreme, antes del último beso.
Quiéreme, haz que se incinere el mar, quiéreme, como el vendaval que pasa, por el resto de una brasa dentro de un glaciar.
Quiéreme, sin el mínimo pudor, quiéreme, con la insidia de la fiera, quiéreme, hasta el último temblor, quiéreme, como quien ya nada espera.
Quiéreme, aunque no sepas fingir, quiéreme, que de todas mis flaquezas sacaré la fortaleza para revivir.
Sabes bien que jamás te lo he pedido ni jamás te hice un reproche… por lo que esta vez te pido, y que no es cosa de dos, que tú seas quien me quiera como nunca me has querido esta noche del adiós…
Quiéreme, ahora que llegó el final, quiéreme, sin mas puntos suspensivos, quiéreme, aunque venga el bien del mal, quiéreme, como si estuviera vivo.
Quiéreme, que no entiendo qué hago aquí, quiéreme, si no quieres que esté muerto, porque todo es un desierto fuera de ti.
Quiéreme, que ya empieza a anochecer, quiéreme, aunque sólo sea un instante, quiéreme, y hazlo como otra mujer, quiéreme, como si fuera otro amante.
Quiéreme, que mañana ya murió, quiéreme, como si el mundo acabara, como si nadie te amara tanto como yo…
Sabes bien… que jamás te lo he pedido ni jamás te hice un reproche… por lo que esta vez te pido, ya que no es cosa de dos, que tú seas quien me quiera como nunca me has querido esta noche del adiós…
Voy a seguir tus pasos hacia arriba, de tus pies a tu muslo y tu costado. (Jaime Sabines)
La mujer que yo quiero no necesita de maquillajes porque su belleza nace del alma, es íntegra y honesta como el día sin fachadas ni subterfugios.
Ella es libertad y equilibrio no sujeta ni detiene a nadie ni somete a los recuerdos o a la espera.
Su desnudez cabe entera entre mis brazos cuando la envuelvo con mi cuerpo cual tímida criatura que salió del mar a buscar refugio en una caracola.
Su ombligo es el credo que me nutre, el centro de mi universo, y da más testimonio de Dios que todos los tratados de teología y las religiones juntas.
La mujer que yo quiero es experta en pirotécnia capaz de encender fuegos y detonar explosivos durante noches enteras azotadas por el viento.
Los domingos por la tarde su piel deja en mi lengua un sabor dulce y salobre remanente del agradable cansancio que queda después de largas horas de tauromaquia y de contienda.
Ella es la utopía, mi puerto donde llegar, la lluvia por la tarde, manantial que fluye, y el arrullo que desde niño siempre busco en un rincón tranquilo del infinito.
La noche pequeña, deseosa, apenumbrada, la encuentro siempre en el centro de sus piernas, mientras son todos suyos mis compañeros de antes, mi gato, mi poesía y mis amantes.
Despacio, esta noche yo te he separado como un árbol de amor, de las demás mujeres, (Jorge Debravo)
Saberse embarazado de ti:
¿Será igual a esto de tenerte dentro todo el tiempo; sentir que creces queriéndote salir de mis entrañas y te nutres de la energía que fluye de mi cuerpo?
¿Saber que estas ahí moviéndote constante; que acompañas a mi sombra durante el día y respiras suavemente junto a mi cama, muy al lado mío, cuando duermo; cual simbiosis de ser dos y a la vez ser uno?
¿Será eso de pensar, pensar en ti; soñando siempre, soñando en ti, y de estar aquí, aun cuando, sólo quiero estar ahí?
El mundo existe porque yo lo dibujo debajo de mis patas (Felipe Granados)
El gato es el único testigo de nuestras noches y el tercer habitante de la estancia.
No se inmuta al aviso que anuncia: cuidado, se avecina una tormenta y azotará la mar.
Quizás pensará que sólo los marinos, pescadores y algunos poetas cursis le dicen La Mar.
Supongo que La Mar debe ser una mujer por la que valdría la pena morir.
Mientras se acicala y lame sus patas, no percibe que subo presuroso la escalera que conduce al faro y enciendo la luz para dimensionar al mar que ha empezado a rugir detrás de la neblina.
Me preparo para el fragor que sobreviene con los embates de las olas, ahora que revientan a la orilla de mis costas.
Quizás sea esta una tormenta imposible y del mar sobrevenga una criatura inmensa con quien tenga que pelear a punta de arpón y destreza.
De vez en cuando voltea la mirada, pero lo que sucede no le importa.
En el ínterin mientras me juego la vida, él sueña con crear nuevos mundos, esperando su turno cuando Amarilla se disponga a descansar, le rasque su barbilla, y con suerte lo deje masajear sus pechos, mientras ella canta alguna canción romántica que aprendió en su adolescencia.
No entiende que el llamado del amor y el duelo con el mar no se postergan.
Supongo que en su memoria de gato, las mitologías e historias de cruentas batallas no existen, a él sólo le importa el presente, y un acto de comunión como éste es algo que probablemente nunca entienda.
Pasé una noche a ti pegado como a un árbol de vida. (Leopoldo María Panero)
Con mucho trabajo nos buscamos en la noche, hasta dejar a nuestros labios encontrarse.
El tamaño de tu cuerpo encalló sin prisa, tranquilo en la palma de mi mano.
Recorrer la circunferencia de tus caderas, fue más fácil que el camino que empieza en tu cuello y termina en aquel lugar donde las aguas nacen.
Cubrir de besos el abismo que corta mi respiración pausada entre tus pechos, se volvió la hazaña absurda del Sísifo que nunca supo llegar a la cima para después volver al comienzo.
Los poemas brotaron del sudor que emana en los poros de tu espalda, mientras me acostumbraba al compás del movimiento entre mi brazo asido a tu cintura y el vaivén de tus caderas.
Fuimos hechos a la medida exacta de nuestros cuerpos, y evadimos a la muerte cada vez que el sentimiento surge de la oscuridad y de este lapso de tiempo que no alcanza.
Sé que volveré a perderme y la encontraré de nuevo, pero con otro rostro y otro nombre diferente y otro cuerpo. (Alejandro Sanz)
De nada te sirve sentarte al otro lado,
te conozco demasiado bien.
Hemos compartido
y transitado juntos muchas veces.
Tu cuerpo
ha irrigado interminable
las grietas que recorren
a mis áridos desiertos.
Contigo he reído y llorado,
amanecido mi alma
en el estrecho recinto de tus ojos,
y otras veces lejos
de la mar tranquila en tu entrepierna.
Te sé tan de memoria
que te encontraría
sin dificultad
en los callejones más oscuros.
Me sabes tan exacto
que reconocerías mi rostro
a ojos cerrados,
con tu tacto entre mil rostros.
No rehúyas mis miradas,
no funciona pretender
que no te acuerdas.
Eres
la que siempre existió en mi vida
y recuerdo
desde mi inocencia.
Soy esa agradable molestia que en tu sueño
se desliza sigiloso bajo tus cobijas y retoza, hurga;
como niño inquieto que descubre por primera vez
las distancias extensas de tu cuerpo.
¿Qué pasa que hoy no me reconoces?
Soy ese hombre que vive del aire que emana en tus suspiros,
el que te quiere amar… y amar hasta morir contigo.
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